jueves, 20 de marzo de 2014

Nazareno Gitano

Por Manuel de Miguel Toajas

En su día, hace unos siete años, en función a una fotografía del Jesús Del Gran Poder de Sevilla, me dispuse a escribir lo que mis carnes sentían de aquello. Ahí va pues.

* * *



Ya la luna lo contempla. Sevilla abre los ojos ante el que de salvar su vida hubiera. El relente cala hasta en lo más hondo de nuestras almas que se estremecen ante el racheo de los pasos de mi Nazareno Gitano. Sevilla hace del silencio su más profundo e impenetrable dialecto. Desde el naranjo que ahora roza hasta la alameda última llega el sencillo suspiro de ese Jesús del Gran Poder que, a la vez, nos oxigena con la fe. Esa fe que no puede explicarse con palabras sino cuando se siente en las carnes de uno. 
Porque esa mujer llora cuando mira a mi Señor y ve cómo sus ojos se retuercen anhelando piedad. Porque no me atreví a aceptar a mi Hermano Supremo como Rey de Reyes cuando de arrebatármelo querían. Ahora me arrepiento en carne y gloria de ese pecado que me ha perturbado y no sé cómo decir a Sevilla y al Cielo que a ese Hijo del Hombre lo vi ante un olivo queriendo ser otro y a la vez dándolo todo por un pueblo mísero que no quiso cavilar ante su Verdad. Cierro los ojos y me persigno, y me avergüenzo de no haber puesto mi mejilla en tu última noche sevillana, porque yo para ti sólo puedo tener pleitesía y amor del verdadero. Espero, sepas perdonarme, Nazareno Gitano. 
Déjame ser penitente para vanagloriarte oteando hacia las alturas, entre esa marea de gente, por tu belleza serena que labora en un dolor de pecados equivocados. Déjame, al menos, poner alas a mi mirada tan sólo por entre tus callejuelas que sintieron tu predicar: Plaza del Duque, calle Sierpes, San Pablo o Cardenal Cisneros. Y hasta por donde tu Palabra fue palabra de otra voz, porque Sevilla reza por un Divino Humano que inunda de Pasión los sentires de hasta los más olvidados latires de una familia que se debe a tu Voluntad… Nos tendiste una inmortalidad que de humildad está tallada, esa llave del perdón. 
Una mirada inocente asoma mientras se consume la lumbre que Tú encendiste. La porta el zagal sintiendo su no desvarío, mientras sus lozanas manos son testigos de la Buena Nueva que, ahora, alentan al Redentor. 
¡Qué paradoja! Un infante quiere ser tu cirineo mientras un puñado de años de un puñado de vidas mal contadas ansían verte crucificado. Que Dios se apiade de ellos.
Pero Sevilla quiere llevar sus penas. Se arremolina en La Catedral para aupar ese madero que germina en la impotencia del mensaje que, empecinados, hicimos incomprensible. El costalero cierra sus ojos y, con su fe, enhiesta haciendo aún más grande si cabe el alma de ese Costalero de la Palabra. Es ahora cuando Sevilla quiere que flaquees porque es ella la que lleva a ese inmisericorde madero copado de vidas y hechos que no entienden de parábolas. Que tu corazón magno repose y nazca aún de él ese aire perfumado de azahar que pregona nuevos tiempos. Haznos bienaventurados y no tengas en cuenta nuestros pecados, sino esa fe que en mi interior llevo y que es el puente entre el Guadalquivir y el Cielo. 
El silencio sigue, salpicado de incienso… 
Ya la saeta te hizo dichoso, una voz desgarradora que la han hecho de espinas para sentir en mi alma, que es donde más me duele, ese calvario en el que has hecho camino con el rojo del clavel. 
…la fe perdura… 
La luna aún se resiste a hacer de su brillo un ocaso, porque quiere recogerte para hacerte gloria en su regazo. Es ella la única testigo que queda imperturbable de lo que el no suceder hubiera. 
…y el arrepentimiento se hace patente. 
Porque quiero que mi Pasión sean palabras y, a la vez, mis palabras, Pasión. Porque el menester de este servidor tuyo es el de ser imaginero de esas palabras. 



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